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Martín Aquino: El último matrero

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    agustinlpdca
  • 9 jul 2021
  • 11 Min. de lectura

Repasamos la vida de Martín Aquino, sus enfrentamientos con la policía, el doble homicidio en La Horqueta de Arias a policías y su trágica muerte, donde se convirtió en leyenda y pasó a ser el último alarido de revolución gaucha.

Autor: Agustín Arezo


Martín Aquino fue un forajido de la justicia que vivió en los montes del Río Santa Lucía en el límite de Canelones y Florida. Era apreciado por la gente de su zona, pero perseguido por la policía.


Este mes se cumplen 107 años del enfrentamiento que terminó con la vida del Tnte. Cnel. Cardozo y el comisario Román en la Horqueta de Arias (Florida).


Anárquico y amante de la libertad Aquino fue considerado el último héroe de la campaña.


“Si usted quiere definirlo como era. Use la cuarteta del orejano: no sigo a caudillos ni en leyes me atraco. Y voy por los rumbos clareaos de mi antojo y a nadie preciso, pa' hacerme baqueano” Contó a Detrás de la Historia Serrano Abella, periodista y autor del libro “Martín Aquino, el matrero”.


Orígenes

Ponciano Martín Aquino, es considerado como el último matero uruguayo debido a todos los antecedentes que tuvo y su agilidad para escabullirse de la justicia.


El 9 de diciembre de 1889 Francisca Aquino daba a luz a Martin, en la rambla. Al sur de Florida, del otro lado del Rio Santa Lucia y al Norte de Canelones. Fue criado por su madre, quien era muy pobre y ejercía de lavandera. Sobre su padre no se tiene claro quien fue. Se le atribuía a un Sánchez de apellido, oriundo de Treinta y Tres, pariente de Florencio Sánchez.


Por parte de madre tenía tres o cuatro hermanos. Uno de ellos era Gregorio Pinela, quien lo acompañó en varios contrabandos y participó en el enfrentamiento de la Horqueta de Arias. Aunque no se querían mucho.


Fue pareja de María Matiauda, de los pagos de Florida, con quien tuvo un hijo, llamado Martín. Fue carnicero, dicen que no era muy querido, lo contrario a su padre. En una oportunidad Aquino venía con su hijo en brazos cuando se encontró con la policía, lo dejo recostado a un árbol e intercambio balas con ellos. Finalizada la balacera, lo subió al caballo y se fue chiflando bajito.


Sobre su físico, “era un indiecito, chiquito, mestizo, con descendencia indígena, no tenía barba, era lampiño, dientes separados adelante. No se cómo le cabía tanto coraje, demasiado guapo” dice Abella


Con 14 años participó de la revolución de 1904, junto a las tropas revolucionarias. En su primera declaración frente al juez, con abogados, le preguntaron sobre un arma larga que tenía, el respondió que era del porque había participado en la revolución, pero que se desarmó en Nico Pérez (En ese lugar se desarmaron las tropas revolucionarias, después de la muerte de Aparicio Saravia). El juez le preguntó que hizo después de la revolución y respondió que nunca más estuvo vinculado a este tipo de acontecimientos. Pareciese que se desilusionó con lo sucedido.


A los 15 años ingresó como guarda civil de la comisaria de Tala, en donde no debería haber ingresado por ser menor de edad, pero estaba para cuidar a los caballos. Aunque no tenía el perfil. Ingresó el 13 de julio de 1905 y lo dieron de baja el 26 de diciembre de 1905, se desconoce la causa.


Vida como matrero

La primera denuncia que tiene es en la comisaría de San Ramón (Canelones) en 1907. Lo denunció Anquilino Silva, capataz en la estancia de Miranda, Silva lo había mandado a llevar un caballo oscuro a otro establecimiento. Espera que este se vaya y entra a la casa a robar unas botas y bombachas. Se termina escapando en un moro, llevándose de tiro el oscuro.

Así arrancó la vida como matrero, con el propósito de irse a la frontera a contrabandear.


Cuando comenzó a contrabandear lo que recaudaba en un viaje, era equivalente a cinco años de peón rural. Todo su contrabando lo llevaba para vender en Florida y Canelones, que estaba a aproximadamente a 400 km.

Haciendo esta vida, con una denuncia encima y de contrabandista, empezó a ser más libre.

Su primer hecho de sangre ocurrió el 13 de agosto de 1909, cuando aún tenía 19 años. Fue a un brasilero, llamado Andrés Ferreira, con quien venía desde el Brasil. Lo que se sabe, es que Aquino lo robó y baleó. Al día siguiente lo internaron y se mantuvo con vida hasta el 1ero de Septiembre. Años más tarde, salió a la luz que no se le realizó una autopsia y que nunca se pudo comprobar la causa de su muerte. Siempre corrió el rumor que se había atragantado con una sonda.

En ese entonces la pareja de una enfermera comentó en un boliche, que quien había matado al brasilero, había sido el doctor. Porque este se había trancado con una sonda. Debido a estas declaraciones, el muchacho fue preso.

Desde este hecho, hasta su muerte, vivió como matrero.

“Preguntó a su madre, el hijo, ¿Martín Aquino era malo? No hijo, malo, lo hicieron”. “La sombra del matrero” Música de Copla Alta. https://www.youtube.com/watch?v=-sXYcz9Bw_o&ab_channel=CoplaAlta-Topic. Y así, se puede decir que debido a esa inculcación, Aquino tuvo que llevar una vida forajida.


Después de este enfrentamiento, el nombre de Martin Aquino empezó a retumbar en los rincones uruguayos. La policía trataba de localizarlo por todas partes, pero enfocándose en la zona de Florida y Canelones, donde el matrero se conocía todos los puntos de la zona.


Tenía una gran cualidad que era el nado, cada vez que estaba en aprietos, se tiraba al agua y la policía perdía su rastro.


Como matrero vivió en muchas estancias donde los dueños con mucho gusto lo acogían, o sino en el monte, donde su cuna era el pasto, el techo era el cielo y su abrigo el monte, como dice en el libro escrito por Walter Abella “Martín Aquino, el matrero”.


El 29 de agosto de 1910, un año después de lo sucedido con el brasilero, la policía libera de la cárcel a Juan Ojeda, para que a Aquino vivo o muero. Juan sale a buscarlo junto a Mencio Ojeda, su hermano, que era policía.


Se encuentran en los campos de Marcelino Alfonso, en tierras floridenses. Minutos antes, Aquino estaba en un almacén y llegaron los hermanos Ojeda. Esta fue la conversación que tuvieron:


“Los Ojeda cuentan que andaban buscando un matrerito aquí por estos pagos. «Pero que casualidad» le dice Aquino. «¿Por qué no dicen que anda vestido igual que yo de bombacha, y así como yo?, mire si me agarran a balazos» se ríe… Al retirarse el comentario queda: «Ud. Sabe quién era ese, ese era Aquino. Dice que dijo Ojeda, «ah, pero el hombre es guapo nomas»”. Fragmento del libro “Martin Aquino, el matrero” de Walter Abella.


Después de este encuentro, los Ojeda salieron persiguiendo al matrero, se encontraron en una portera, no muy lejos del almacén. Intercambiaron tiros y después apuñaladas. Juan Ojeda cae por arriba del matrero, y cuando lo fue a esposar, recibe un tiro en la garganta. Aquino agarra su caballo y escapa.


Juan Ojeda murió en el instante y ya eran dos las muertes que tenía Aquino en su expediente, las búsquedas cada vez se intensificaban más. Pasó un año, en los montes y contrabandeando, hasta que el 19 de septiembre de 1911 cayó preso en Paraje Herval, Rio Grande do Sul, Brasil. Fue llevado a Rio de Janeiro y de ahí lo extraditaron a Uruguay. Llegó a la cárcel central el 24 de agosto de 1912, y de ahí lo trasladaron a Minas, Lavalleja. Finalmente, el 5 de Julio de 1913 se fuga. Desde esa fecha hasta el suceso en La Horqueta de Arias, Aquino se refugió en los montes de la Rambla y de a ratos contrabandeaba.


La famosa Horqueta de Arias

El 5 de Julio de 1914, después de entregar un contrabando en un boliche junto a su hermano Gregorio Pinela, se encuentra con el sargento Piedracueva y otros soldados donde intercambiaron varios tiros.


“Alto al nombre de la ley” dicen que dijo Piedracueva. A lo que Aquino respondió: “La ley soy yo, mataperro”. Relato de Walter Abella.


Aquino y Pinela, eran muy buenos tiradores, pero en ningún momento quisieron herirlos o matarlos, por eso nadie salió herido.


Al otro día en la Horqueta de Arias, aparecieron 4 comisarios y policías de las comisarías de San Ramón, Chamizo, Isla Mala entre otras comisarias cercanas. Pero Aquino, conocedor de la zona estaba escondido en el monte esperando que baje el sol para escapar con su hermano para la frontera.


La policía se encontraba del lado sur y Aquino del otro lado con los caballos. Cuando los policías fueron a recorrer esa zona, los caballos de Aquino relincharon y la policía dio con su paradero.


Dice que Aquino cuando escucho venir a la policía, le dijo a su hermano: “Esos son los mataperro, déjamelos pa´ mi”.


Esta vez, no huyó, y salió a buscarlos. Cuando dio de frente con el jefe político de Florida, el Teniente Coronel Juan Cardozo, muy reconocido por haber peleado en filas colorados en la Revolución de 1904. Sucedió nuevamente lo mismo que el día anterior. “Alto en nombre de la ley, dijo la policía. “¡La ley soy yo, mataperro! Exclamó Aquino.


El último matrero intercambia tiros con la policía, a pesar de que su caballo había sido baleado y él un raspón de bala en su cuello. Dejó sin vida al Tnte. Cnel. Cardozo y herido al comisario Román, que muere horas más tarde en un comercio de la zona.


“El Sr. Jefe murió en mis brazos” Marcelino Quiroga, policía. “Martín Aquino, el matrero” por Walter Abella.


En estos dos encuentros y a lo largo de su vida, vemos como Aquino nunca disparó por atrás, o lo hizo por maldoso. Siempre peleó cuando le dieron la voz de alto.


Después de este enfrentamiento, sus encontronazos contra la policía disminuyen. Tiene uno el 14 de julio con un comisario que lo rodea y el último, (sin ser el de su muerte), fue el 27 de agosto de 1914 en la zona de Florida y Canelones.


Después de este hecho, vienen por primera vez las fuerzas conjuntas, también genera varios problemas en el parlamento nacional, porque la oposición culpaba al gobierno, que una persona sola tenía a todo el país bajo temblor. Las fuerzas conjuntas dan vuelta todos los ranchos de la zona, sin órdenes judiciales, Aquino los tenía a todos atemorizados.


El jefe del operativo se comunica con el Ministro del Interior, Feliciano Viera. Y le dice que está seguro que saben hasta el color de la camiseta que lleva, pero que nadie quiere hablar por miedo.


Pero no era miedo, la gente lo quería bien, lo respetaba, se había ganado el cariño de las personas. Los lugareños le prestaban caballos, le daban comida. Ya había pasado a ser un héroe de la campaña.


Desde 1914, hasta su muerte en 1917

Entre 1914 y 1917, Aquino se dedica a contrabandear y trabajar en los campos de Nepomuceno Saravia.


Empezó a llevar una vida normal, se hacía llamar como Manuel Rondan.


De hecho, hay una anécdota sobre eso. Serrano Abella contó a Detrás de la Historia que: “El capataz Nepomuceno Saravia y un peón se agarraron a balazos, y a el lo llevaron a declarar a la comisaria de Cerro de las Cuentas. Él llegó en su moro y le dijo al milico si podía agarrar su caballo mientras declaraba, ya que era muy arisco y no quería atarlo, porque le iba a reventar el cabestro. Declaró y se fue”. Aquino tuvo un acto de viveza, vaya que lo reconozcan y tenga que escaparse de apuro…


Martín Aquino, desfilaba en su moro en los carnavales de Melo junto a su amigo Franco, y dicen que decía: “¡Soy Martín Aquino!”. La gente obviamente no creía lo que decía.


Walter Abella, le cuenta a Detrás de la Historia, que el cree que la gente sabía quién era él, hasta los policías, pero que nadie lo seguía. Era una persona muy simpática, nunca estaba hablando de matoneadas, ni nada vinculado a eso. Siempre se encontraba haciendo chistes, tocando la guitarra, jugando a la taba y todas esas actividades que se hacían en la época. Era todo lo contrario a la violencia.


En la estancia de Nepomuceno Saravia, hacia todas las tareas vinculadas al campo, tanto alambraba como domaba. Y también cumplía con trabajos zafrales.


Ya en sus últimos años de vida, trataba de no participar en hechos valientes, porque estaba con una orden de captura y tenía miedo de que lo delaten.


De la muerte a la leyenda

El cinco de marzo de 1917, en Fraile Muerto, a las cinco de la mañana, mientras lloviznaba 17 policías rodean el casco en donde se encontraba Martín Aquino, sus amigos y sus familias.


Aquino meses antes de su muerte estaba acampando con su amigo Franco en la estancia de José Saravia, una persona muy rica y con mucho campo. En esos días, estaban los militares cortando leña en la estancia y lo reconocieron. Le dieron aviso a los peones, que se encargaron de comunicarle a José, que Martín Aquino estaba en su estancia.


José llama a su hermano “Coto” y le comenta la apariencia de Aquino y Franco, su hermano le confirma que son ellos. Le dice que sus sobrinos lo mandaron matar, porque Aquino paraba en lo de Nepomuceno, Villanueva, que eran sus sobrinos y su relación no era buena.


José se comunica con el presidente Feliciano Viera, (Ministro del Interior en el asesinato de Aquino al jefe policía y al comisario) a quien le había bancado la campaña electoral. Marcaron una reunión y Saravia va con el Jefe de Policía de Cerro Largo, quien asiste solo a la reunión y vuelve con el mensaje de que había que traer a Aquino vivo, o muerto.


La policía da de baja como guarda civil a Nicomedes Olivera para que logré ubicar el paradero de los matreros. Olivera había sido policía de Inteligencia. Después de un tiempo trabajando con los matreros, confirmó que son ellos. La policía se encargó de organizar la detención.


Finalmente, llegan al casco de la Estancia. Olivera se había acostado en el galpón, alado de la puerta, pronto para irse en el momento justo, junto a él se acostó el “indio” Melgarejo (contrabandeaba con Aquino) y su ahijado de seis años. En el casco se encontraban: Aquino, su mujer, una nena de dos años, una muchacha de Tres Islas (amiga de la mujer de Aquino), Franco y su hijo chico.


Cuando llegaron los policías, Olivera ya se había escapado. Al “indio” Melgarejo lo pasaron de un sueño al otro, no pudo ni defenderse. Su ahijado al escuchar los tiros, disparó para adentro de la casa.


Los policías rodearon en cuatro cuadrillas el casco. Aquino cuando siente los tiros por todos lados, patea la puerta en ropa interior y grita: “¡Aquí está Martín Aquino, carajo!”. Esto muestra un gesto de dignidad tremenda, para que no sigan matando a cualquiera, para que las carabinas lo busquen a él.


Su compañero Franco, que era su amigo, también de los pagos de La Rambla, logra escapar, y nunca más se supo su paradero. Su mujer cuando ve que él escapa, va a ayudar a Aquino.


Aquino tenía dos revólveres, un 44 y un 32. La mujer de Franco le cargaba un revolver y Aquino salía para afuera y se abalanzaba frente a las balas que venían. Repitió esto, cuatro veces. Hasta que se recostó en el catre, sacó 100 pesos y le dijo a la mujer que le pague a Nepomuceno Saravia 32 pesos que le debía y que pague en la pulpería de Tres Islas 14 pesos que también debía. Pidió que no deje que se lleven sus cosas y se pegó un tiro con la zurda.


Cuando se mata tenía 14 tiros, 4 eran mortales dijo el forense. Y aún así siguió poniéndole el pecho a las balas. Jacinto Mujica, el jefe a cargo contó que Aquino se les iba encima, derecho a las carabinas. También comentó arrepentido, que el matrero no merecía una muerte así, merecía algo más de macho.


Después de esto, pasearon el cuerpo de Aquino y de Melgarejo en un carro por las calles principales de Cerro Largo, como si fuese un trofeo de guerra.


Martín Aquino, era un amante de la libertad, había prometido que no iba a ir nunca más preso. Nunca buscó problemas, respondía si lo buscaban. Fue una persona sencilla, que quien sabe, si no hubiese sido culpado en la muerte del brasilero, su vida no hubiese sido la que narré. Pero, de algo si estamos seguros, y es que a Aquino lo caracterizaba el coraje, la guapeza, la libertad.


Fue el último alarido de la libertad gaucha y gracias a eso, hoy su nombre retumba en los lugares más recónditos de las tierras uruguayas.

 
 
 

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